Historias de vida
Mary Salgado Pérez
Migrante con discapacidad, 47 años, intentó ingresar a EE.UU. Vive en Honduras.
Mary Salgado Pérez tenía 32 años cuando salió de Honduras rumbo a Estados Unidos. Unos vecinos del barrio La Trinidad, donde vivía con sus cinco hijos, la convencieron. Planeaba ir por cinco años, generar un capital y volver para comprarse una casa y emprender un negocio. Su hija mayor y su hermana se harían cargo de sus hijos. Renunció a su trabajo en Tegucigalpa, llenó la refrigeradora de su casa y salió con 1500 lempiras, unos 80 dólares. Un antiguo compañero, radicado en Houston, le iba a pagar los 5 mil dólares que le exigían los traficantes de personas, los coyotes, para hacerla pasar sin visado.
El 5 de enero de 2007 dejó su país junto a 4 varones. Caminaban de noche, se escondían de día. “Caminábamos una exageración. Comíamos monte, chupábamos caña de azúcar, tomábamos agua de charcos. Dormíamos en el día a ratitos, por turnos. Los pies los tenía llagados pero tenía que seguir. En esos caminos uno tiene que identificar cuando son charcos de agua o pantanos. Los retenes están puestos de tal manera que uno no tiene escapatoria, vas directo a la muerte. Mis vecinos me alertaban”.
También había que correr cuando llegaba el tren de carga. Colgarse de la escalera, subir a los vagones. Para sus vecinos eso no representaba ningún problema. Para ella, sí. “Cuando lo vi, le tuve un miedo horrible”. No pudo subirlo. Se quedó sola. En Coatzacoalcos logró contactar con la coyota. Pudo llamar a su amigo pero este no tenía el dinero. Le dijeron que iba a cuidar niños hasta que llegara la plata. “La persona que me iba a ayudar con el dinero para el viaje tuvo problemas en Estados Unidos. Tenía que esperar 20 días en México y me secuestraron. Me obligaban a robar a los clientes de un bar, a drogarme, a adorar a la santa muerte. Muchas cosas que nunca me imaginé hacer… pero estaba en juego mi vida”.
Escapó al mes y medio. Subió al tren con destino a Veracruz. “Viajaba en un tren de carga. Apareció un control. ‘Tírate’, me dijeron. Estaba bastante nerviosa. Empecé a descender, puse el pie en la última grada y me resbalé. Nunca pensé que el tren me había mutilado las piernas. Una viaja llena de sueños, ilusiones y metas, y encontrarse con algo así fue lo más doloroso”. Su historia fue noticia en Veracruz. Tres personas habían muerto de la misma manera esa semana. Ella era la única sobreviviente.
Fue deportada. En Honduras encontró en la Comisión Nacional de Apoyo a Migrantes Retornados con Discapacidad (Conamiredis) su lugar. Antes eran 20. Hoy son más de 800. “Es bien difícil concientizar, decir no te vayas y no tener qué ofrecerles. ¿Qué voy a hacer en este país? No porque te pasó a ti, me va a pasar a mí, dicen. Yo regresé con una mutilación y sin esperanza de salir adelante, pero aún así, lo logré, he aprendido a movilizarme sola, a ayudar a otros. Es bonito hacerlo de corazón, se siente bien”.