Historias de vida
Alejandra
Refugiada colombiana, 40 años. Huyó de su país.
Dieciséis años le tomó a Alejandra ahorrar el dinero que le sirvió para invertir en dos negocios. Había sido enfermera y agente de carga en una naviera. “Yo estudié para ser una mujer independiente. Llegué a gerenciar una empresa de transporte en Buenaventura. Teníamos operaciones en Cali, Medellín, Barranquilla. Un día recomendé a un amigo. Me hizo el cajón, con la intención de quitarme el puesto. Y lo logró”. Después de eso, Alejandra decidió abrir un restaurante y una panadería, que incluía pastelería y un café.
Con su hijo, al que había criado sola, salían a pasear los fines de semana o viajaban al interior de Colombia. La vida transcurría tranquila. Ayudaba económicamente a sus padres y hermanos. El restaurante abastecía a los trabajadores de las navieras del puerto de Buenaventura. La panadería marchaba bien. Llevaba seis meses manejando ambos negocios. Pero en un mes, lo perdió todo. “La panadería me la quitó la guerrilla, las disidencias de las FARC del Pacífico. Me pedían plata, me extorsionaban. La veían tan bonita. Yo juraba que eso pasaba en las películas, no tenía idea de que en mi ciudad estaba sucediendo eso. Si hubiera sabido, no me hubiera puesto a invertir tanta plata”.
Las disidencias de las Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC) la amedrentaron diciéndole que sabían todos sus movimientos, de ella y de su hijo. Lo hicieron tomando desayuno en su local. Alejandra consultó a un abogado y decidió poner una denuncia en la Fiscalía. “Fue lo peor que pude haber hecho. A los tres días me llamaron a decirme: ‘con que te fuiste a colocar una demanda’. Entré en pánico. Me buscaron, sacaron un arma, me dijeron que esto era serio, que se iban a llevar a mi hijo. Quedé neutralizada. Revivo el momento y tiemblo. A los pocos días entraron a la panadería y al restaurante y se llevaron todo lo que servía. Todos mis ahorros durante 16 años los había invertido allí”.
Alejandra buscó a su hijo, tomó las maletas y se escondió durante tres meses hasta que decidió irse del país. Más que huir, lo suyo fue desaparecer. Para proteger a sus padres y hermanos. Hoy vive en otro país. Sale de la casa al colegio de su hijo, o a comprar comida o cosas que necesite. Trabaja de forma eventual en limpieza o vende comida.
“No ha sido fácil. No tengo trabajo fijo. Me he mudado seis veces. Una vez me desalojaron por ser negra. En otro lugar una vecina me sacó un cuchillo y me tuve que ir. No me siento segura. Vivimos bajo puertas cerradas. Estoy tranquila porque no estoy en mi ciudad con el riesgo de que se lleven a mi hijo y me maten. Pero soy refugiada, no tengo plata para irme a ningún lado. No veo cómo desarrollarme con lo que sé, con lo que me gusta ser, una persona independiente que lucha para montar un negocio, que lo va a sacar a flote, aquí no siento que vaya a pasar eso”.