Historias de vida

Pablo Ramírez González 

Migrante venezolano, 31 años. Vive en Perú.

Pablo Ramírez González salió a inicios de 2018 rumbo a Colombia con 200 dólares que le dieron sus jefes al terminar su vínculo laboral. Era representante legal de una empresa que estaba por cerrar. El abogado venezolano con maestría en Derecho Internacional y músico se instaló solo en las afueras de Bogotá. No conocía a nadie. Consiguió un trabajo que iba a poner a prueba su físico, 1.83 cm de altura con 62 kilos. 

“Comencé como estibador en un almacén de frutas. Caletero se llama en Venezuela. Por primera vez en mi vida me enfrentaba a trabajos tan fuertes. Me tocó cargar sacos de papas, de naranjas. Cuando pude soportar todo ese peso, supe que iba a salir adelante, que tenía que seguir”. 

 Siguió y luego se pasó a una empresa de cable, donde repartía volantes, y después a un call center, que lo llevó a instalarse en la capital colombiana. “En Bogotá me fue de mal en peor. Unos compañeros de piso, supuestos amigos, me robaron el dinero que tenía ahorrado. Ahí comencé una mala racha. No conseguía más empleo. Comía muy poco. Decidí irme a Perú, donde una comadre de mi hermana. Pero en Neiva me robaron el pasaporte y el poco dinero que tenía”.

Como había estudiado canto lírico, se juntó con otros chicos y se fue a una plaza a cantar. Pudieron conseguir el almuerzo ese día. “A partir de ahí empieza la historia de Pablo el caminante. Aprendí muchas cosas en el camino. Lo veo como un proceso de purificación”. Durmió debajo de un árbol, afuera de una iglesia, en una cochera con roedores; viajó de pie detrás de un camión; se bañó en el río Magdalena después de varios días sin ducharse. Cuando llegó a Tumbes estaba enfermo. “Fue terrible. Tenía fiebre y otitis. Pesaba 53 kilos. Me acerqué a la Cruz Roja. Me atendieron la inflamación en los oídos, y me consiguieron un pasaje para continuar el viaje hasta Piura. Allí llamé a la comadre de mi hermana, que me prestó dinero para llegar a Lima”.

En la capital peruana fue costurero, mozo, digitador, cantante en bares, el chico de los mandados. Hoy es asistente de reposición de un almacén en una compañía y realiza videos en vivo para una plataforma china. También es fundador de la Asociación Cultural Peruana Venezolana (Roraima Foundation) y la Asociación de trabajadores del arte y las culturas migrantes y refugiados de Venezuela en Perú. A corto plazo espera homologar su título, pero la revalidación resulta costosa. 

“Me gustaría poder ser el profesional que soy. A veces pienso que fui abogado y músico en otra vida. Uno deja de lado esa preparación para ser resiliente, porque lo importante es salir adelante. En este momento he conseguido una estabilidad emocional y laboral, me han ofrecido hacerme un contrato por un año. Es la primera oportunidad de tener un trabajo estable y desarrollarme”.